Barnaci escribió "
La luz apenas penetra el camino por donde Laura camina sin rumbo fijo a través del bosque. Los pájaros cantan a su alrededor y la primavera es manifiesta aquí y allá. El perfume que se fragua en cada recodo es más intenso que en el anterior.
A sus dieciocho años ya puede pasear sola desde su casa, en Cheyenne boulevard, hasta North Cheyenne Park. Vive con sus abuelos en la ciudad de Colorado Springs; desde los cinco años. Nació en el mismo Denver, a unos ochenta kilómetros al norte, pero cuando murieron sus padres tuvo que cambiar de residencia. De pequeña su abuelo la acompañaba en sus paseos por el parque pero, desde el infarto, lo había hecho con su abuela y, con menos frecuencia, con sus amigas Lucy y Salma.
Las pequeñas ramas crujen, distanciadas o ancladas en el margen, al antojo de su paso. Los anchos troncos podrían esconder facilmente a una persona en medio del recorrido, medita Laura sin querer; sin desear que ocurra. Supone que se siente extraña en medio del bosque, eso es todo. La tarde termina antes de que se percate de su breve luminosidad. Pero decide continuar un poco más allá. Lo hará durante unos minutos y volverá por donde ha venido. Se deja arrastrar hasta las márgenes más ocultas y meditativas del recorrido inicial, donde los helechos comienzan a surgir y trazar nuevas rutas alternativas. Es aquí cuando Laura atina a dar por finalizado el paseo, que lo ha supuesto de media hora cuando ha sido más del doble. El relax se tensa cuando creé oír un ruido a su espalda. Un ruido familiar, sobre las secas ramas que yacen en el dorso del sendero por ella antes recorrido. La animosidad de los alados finaliza a la hora convenida y un silencio inaudito se ancla en lo mas profundo del bosque. Un escalofrío recorre la espalda de Laura. Medita, en medio del silencio, su falta de conciencia. Sus nervios se atenazan sobre la duda de los primeros pasos que tiene que desandar para volver al camino, pendiente como está del ruido que no le ha pasado desapercibido. En ese instante, un grado de claridad se sumerge nuevamente y la oscuridad parece supeditarse a la tarde muerta. Nota su corazón desbocarse sin razón alguna. Cierra los ojos e intenta tranquilizarse.
Cuando los abre está en medio de una iglesia desierta. Se percata que está inmersa en un sueño y comienza a caminar hacia el altar. Una fragancia a incienso recubre su silueta, más allá de la sombra. En algún lugar resuena dulcemente una melodía de órgano. No hay imágenes eclesiásticas que le indiquen que se encuentra en un lugar santo pero ella lo sabe. Sube unas aterciopeladas escaleras cuando vuelve a oír un ruido en la distancia. No es posible. Hace un momento estaba sola. Se gira y ve una figura estática en un ángulo apenas visible desde donde se encuentra que la está observando atentamente. Parece su abuela. Cierra de nuevo los ojos, con fuerza inusitada y opta por estar así hasta que nota que la esta tocando una mano con unas enormes uñas.
Abre los ojos y no hay nada. No hay nadie. Esta ella sola. Tocándose. En una de las cuatro paredes de la habitación amarilla donde se encuentra hay un espejo. Se acerca y se reconoce; pero no es ella. Es una vieja carcomida por la abundante carga física de una centuria, sin rasgos similares a los de la niña de antes. Comienza a tocarse delicadamente los surcos de una piel curtida por la experiencia y nota que puede estirársela hasta casi arrancarla de sus extremas carnes. No entiende qué sucede y quiere volver a ser la niña del parque...o no. ¿Y la iglesia abandonada?.
No sabe si volver a cerrar los ojos. ¿Qué se encontraría?. La duda apenas dura un segundo, transcurrido el cual vuelve a cerrarlos...para no volverlos a abrir.
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