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Narrativa: cuentos: Travesía surrealista
Enviado el Tuesday, 07 January a las 01:31:04 por Artnovela |
Anónimo escribió "
Despiadadamente, la vida se había burlado de todos mis ideales de paz, por lo que decidí aventurarme a emprender una travesía a lo más profundo de la realidad.
El peligro latente en este tipo de búsqueda es por todos conocido: Ese tambalearse entre la alternativa de beber el elixir de la catarsis, o tropezar en el capitolio de la esquizofrenia; no obstante, me encontraba dispuesto a correr tal riesgo, mi profundo deseo por presenciar dicho día apaciguaba mi miedo y sustentaba la bizarra búsqueda.
Llegado el momento de emprender el viaje, los ojos se me cerraron involuntariamente en concomitancia con la apertura de mi mente, y en instantes, aparecí frente a un excéntrico puente, cuyo extremo posterior desembocaba a las afueras de las impenetrables puertas de la percepción, que sorpresivamente a mí llegada se abrieron de par en par.
Galopando en caballo etéreo, profané la frontera de los sentidos y arribé a un lugar virgen de la inquisitiva mirada humana; un paraíso más bello que el que poeta alguno pudiese imaginar; un maravilloso mundo rebosante de vida y placer:
Colosales montañas ornamentadas con exquisitos motivos áureos se erguían cual escaleras al firmamento, y éste a su vez se paseaba alegre mostrando su fastuosa belleza. Por su parte el viento susurraba poesías en su lenguaje ignoto, acompañado por el parsimonioso silbido de los bosques; así mismo el mar contrapunteaba con el estruendo de las olas apareándose con una luna coronada con un halo violáceo, que apenas asomaba en el horizonte, abriéndose como capullo de orquídea.
Era en conjunto un mundo en armonía, interpretando una melodía que sublimaba la existencia muy por encima de todas las cosas; una verdadera oda a la vida.
La gente era muy rara: Trepaban, bailaban desnudos, nadaban, corrían en sus cuatro extremidades; inclusive noté que no tenían la capacidad de comunicarse oralmente. Lo cierto es que lucían muy felices y hasta parecían entenderse con una especie de alaridos, ridículos para mis oídos urbanos. Obviamente no tenían artistas, filósofos, ni científicos; pero tampoco tenían soldados, dictadores, ni religión. Después de todo no era tan desagradable su ignorancia; vivían en un constante y genuino nirvana que nunca antes vi, y nunca más volvería a ver; mas por un momento, hasta quise ser uno de ellos.
Debo mencionar que era un mundo complicado de entender, vi cosas que jamás se me hubiesen ocurrido: colores tan claros y brillantes, que el blanco que conocemos luciría oscuro a su lado; sonidos tan nítidos, silencios tan puros; y ni hablar de la indecible biodiversidad... En verdad había que estar ahí para creerlo. Mas inútilmente trato de explicarlo, las palabras expresan cuando mucho el distorsionado eco de la realidad que viví.
Lamentablemente, más tarde me percaté, no sin poco pesar; que todo ése quimérico mundo fue sólo una maldita jugarreta; Mas fue de tal ignominia, que presumo su origen en el mismísimo Pandemonium...
De ipso facto desapareció todo ése idílico mundo, y al instante apareció uno menos ideal y más real. Se veía bastante futurista; lo menciono por los sofisticados aparatos que se hacinaban a mí alrededor, aunque ya todos estaban destruidos. Tal vez construyeron espléndidas ciudades, pero ya sólo quedaban ruinas; quizá evolucionaron mucho, pero yo sólo veía muerte.
Toda la flora y la fauna que otrora embellecían el lugar, yacían en el suelo –salvo unos cientos de homo sapiens–. Las montañas estaban completamente derruidas, los bosques reducidos a cenizas, los mares secos; el cielo inerte, inerme, absurdo. Incluso había muerto el prolífico colorido que anteriormente engalanaba al lugar; ahora sólo podían verse las diversas tonalidades de rojo con que la sangre moteaba cada resquicio de la superficie terrestre.
¡Ya no quedaba nada! Más que un puñado de gente en vilo, luchando fervientemente por matar todo cuanto tuviese vida –por supuesto todos matando en nombre de la paz–; pero prácticamente todo estaba destruido, hasta las herramientas que inventaron para incrementar la eficacia de matar; es por eso que la escaramuza continuaba después de tanto tiempo. A juzgar por lo observado, considero que tenían por lo menos seiscientos años en guerra.
¿Cómo describir un caos de esta naturaleza? Ya no se mataba como en los viejos tiempos ¡No!, Ya era muy diferente. Ahora los más pacifistas eran los que preferían extirparse los globos oculares para no columbrar el espectáculo. O los "neosuicidas", que ante el infortunio de no tener un rifle para destaparse la cabeza, optaban por escalar las tumultuosas montañas de carne pútrida hasta alcanzar una altura considerable, para luego arrojarse al vacío. Empero abundaban más los belicosos, estos eran más bien de filiación kamikaze: Una vez mutilados de los brazos, se veían obligados a utilizar la cabeza propia como arma, para golpear salvajemente a su adversario en turno, hasta que sendas cabezas reventaban; y hasta vi unos cuantos que ante la impotencia de sentirse acorralados por el enemigo, tomaban la extraña resolución de arrancarse una costilla para apuñalarlo.
Así es como se desarrollaba la última guerra mundial, la hecatombe más terrible y más sangrienta de toda la historia humana. Una orgía de muerte aderezada con poluciones de sangre miserable.
Luego de un rato de ensimismarme en el trágico suceso, aprecié cierta luz que llamó mi atención: era la luz de un sol desconocido, un sol lóbrego y escalofriante.
Por si esto fuera poco, mis aturdidos oídos comenzaron a escuchar que de lo lejos, se aproximaba el sonido aislado de unas carcajadas de tesitura agónica. Entonces apareció Thanatos para regodearse bailoteando en aquella alfombra exequial, tejida con millones de cuerpos putrefactos. La trillada utopía de la vida feneció de una vez y para siempre. El reloj del destino marcaba ufano las 00:00 hrs. : "El inicio de un nuevo día y el fin de una vieja humanidad"... sin embargo, había paz absoluta.
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